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¿Y a ti, Quique?
17/12/09
15/12/09
Verde/Roja
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Que te quiero, tus labios de rubí caliente, de rojo carmesí. Verdadera verdad parecen murumurar, auténtica, mil cosas sin hablar de los sueños sinceros. Y yo que estoy aquí, llamativa, sentado frente a ti; de las emociones inquietas me siento desangrar, profunda de las heridas abiertas. Sin poder conversar llena de esperanza, tratando de decir: de brillante pelo. Tal vez sea mejor marihuana, me marche yo de aquí de vibrantes labios. Para no vernos más, ecológica. Total que más me da, ardiente de amor yo sé que sufriré naturaleza, pero al final tendré encendida de pasión, tranquilo el corazón, ansiosa de vida... Y así podré gritar: ¡Yo te amo! Tin tin ¡Yo te amo! Tin tin. ¿?
14/12/09
Una entrada puchis
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A veces, entre la aburrición infinita que me provoca la creación de logos, me aventuro a proponer cosas más entretenidas que inexorablemente terminan olvidadas en la carpeta de unapproved drafts. En ese rincón, entre cientos de íconos que esperan ser reciclados, descansan en paz ilustraciones sencillas, personajes peludos, mórbidos monigotes, lenguas inquietantes y demás cursilerías que nacieron sabiéndose extintas. No son más que simples vectores, pero no puedo evitar sentir emociones contenidas cuando pienso en ellos. Porque quizá se salvaron del horrendo final que significaría ser el logotipo de una empresucha gabacha, con cientos o miles de reproducciones en web, publicidad impresa, papelería corporativa y estúpidos promocionales; se salvaron de ser una imagen de ventas junto a un ridículo nombre de empresa y un slogan absurdo; se salvaron de ser LLC, INC, TM ó CO. Se salvaron de ser todo esto, pero también se salvaron de ser cualquier otra cosa, y eso me causa un inmenso pesar. Los imagino tristes, encerrados EnElArchivo25078-D1.ai hasta nuevo aviso, mismo que sé que no llegará. ¡Ah! si sólo fueran swooshes, iniciales, monos cabeza de bola o cualquier otro ícono multifuncional y fome, posiblemente tendrían una oportunidad. Pero no, son auténticos. Y les toca sufrir. Rechazados, olvidados, excluidos, abandonados, marginados.
Pero pensándolo mejor puede ser que me equivoque. Yo soy del mundo y los olvidé en ese rincón, pero tal vez ellos no son así. Y al sonar las tres de la mañana se ponen a bailar y salen de sus carpetas dispuestos a gozar. Creo haberlos escuchado ya alguna vez que me quedé a dormir en la oficina, supongo que habré dejado las bocinas prendidas. Sí, ahora recuerdo: risas, música, ruidos, clics, bing, ¡plank!, suuush. Ha de ser que se divierten, hacen y deshacen. A estas alturas ya se habrán vuelto expertos en usar las herramientas, harán trazos, dibujarán objetos, crearán su propio universo en pantones y degradados profesionales. Un mundo a la medida de sus deseos, donde todo es tan fácil como copipeist, y si no les gusta, controlzeta. Y así todos ellos seguramente serán felices...
Pero una duda me asalta: ¿a qué jugarán los logos?
10/12/09
Pare de sufrir
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Construyamos una frase cliché: exprimir el corazón hasta la última gota. Hasta que quede seco y apachurrado, que incluso la más mínima brisita de zumo haya desaparecido. Y perdida la humedad queda la tiesura de un corazón pachichi, reseco como chancleta. Sólo entonces, entre los restos coagulados, seremos capaces de descubrir la verdad que se escondía tras los fuertes latidos (tun tun, tun tun) de un palpitar que aunque bombeaba no fluía, centro y núcleo de un sistema circulatorio embotellado, impelente y pérfido. Verdad acusadora de aurículos, transgresora de ventrículos. Pero verdad a fin de cuentas. Porque este corazón no era uno cualquiera. Lo repito. Porque este corazón no era uno cualquiera. ¡Recontracardiologoneidad! ¡Sístoles! ¡Diástoles! Era distinto. Nunca entendió su función, e ignorante no la cumplió. Tun tun, tun tun. Tun tun tun chachatún. Tun tun, tun tun. Tun tun tun chachatún. Pero en cambio se encontró a sí mismo, descubrió su propio sentir. Tuntún. Valga otra frase cliché y redundante para explicarlo: escuchó a su corazón. Y su corazón le dijo que él no era un corazón, o al menos no en escencia: era percusionista. Turrún. Y el único tambor que tenía al alcance era a él mismo. Tun tun, tun tun. Y así lo entendió. Tun tun, tun tun. Y comenzó a latir más fuerte. Tun tun, tun tun. Y más rápido. Tun tun, tun tun. Al compás y al descompás, polirrítmico, sincopoideo, amalgamado; el pulso subía, las venas reventaban, la sangre se derramaba, el miocardio se infartaba. Y al corazón no le importaba, pues justo tocaba un bossa nova. Perdido entre beats propios y ajenos, extasiado en su música febril, el corazón finalmente se olvidó de su última y más sagrada tarea: Y así murió de desamor... Ahora que terminamos esta autopsia no queda más que tomarnos un jugo a ritmo de cumbia.
Construyamos una frase cliché: exprimir el corazón hasta la última gota. Hasta que quede seco y apachurrado, que incluso la más mínima brisita de zumo haya desaparecido. Y perdida la humedad queda la tiesura de un corazón pachichi, reseco como chancleta. Sólo entonces, entre los restos coagulados, seremos capaces de descubrir la verdad que se escondía tras los fuertes latidos (tun tun, tun tun) de un palpitar que aunque bombeaba no fluía, centro y núcleo de un sistema circulatorio embotellado, impelente y pérfido. Verdad acusadora de aurículos, transgresora de ventrículos. Pero verdad a fin de cuentas. Porque este corazón no era uno cualquiera. Lo repito. Porque este corazón no era uno cualquiera. ¡Recontracardiologoneidad! ¡Sístoles! ¡Diástoles! Era distinto. Nunca entendió su función, e ignorante no la cumplió. Tun tun, tun tun. Tun tun tun chachatún. Tun tun, tun tun. Tun tun tun chachatún. Pero en cambio se encontró a sí mismo, descubrió su propio sentir. Tuntún. Valga otra frase cliché y redundante para explicarlo: escuchó a su corazón. Y su corazón le dijo que él no era un corazón, o al menos no en escencia: era percusionista. Turrún. Y el único tambor que tenía al alcance era a él mismo. Tun tun, tun tun. Y así lo entendió. Tun tun, tun tun. Y comenzó a latir más fuerte. Tun tun, tun tun. Y más rápido. Tun tun, tun tun. Al compás y al descompás, polirrítmico, sincopoideo, amalgamado; el pulso subía, las venas reventaban, la sangre se derramaba, el miocardio se infartaba. Y al corazón no le importaba, pues justo tocaba un bossa nova. Perdido entre beats propios y ajenos, extasiado en su música febril, el corazón finalmente se olvidó de su última y más sagrada tarea: Y así murió de desamor... Ahora que terminamos esta autopsia no queda más que tomarnos un jugo a ritmo de cumbia.
5/12/09
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