26/3/09
20/3/09
Oda al bigote
...
Creo que es de Francisco de Quevedo, y empieza más o menos así:
A un hombre de gran bigote
Érase un hombre a un mostacho pegado,
érase un mostacho supertlativo,
érase un mostacho bozo y cepillo,
érase un pez espada embigotado;
Hoy se fue por el lavabo. Y no quiero uno falso, ya no.
Lomografía robada del facebook de Llobas que a su vez la robó del flickr de Brenda.
Creo que es de Francisco de Quevedo, y empieza más o menos así:
A un hombre de gran bigote
Érase un hombre a un mostacho pegado,
érase un mostacho supertlativo,
érase un mostacho bozo y cepillo,
érase un pez espada embigotado;
Hoy se fue por el lavabo. Y no quiero uno falso, ya no.
Lomografía robada del facebook de Llobas que a su vez la robó del flickr de Brenda.
16/3/09
El arte de desviar la mirada
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El arte de desviar la mirada. Podría definirse igualmente como el arte de evitar la mirada. Porque de eso se trata, a fin de cuentas. De esquivar otros ojos, que no se posen en los tuyos, y que los tuyos no se posen en ellos; por lo menos no al mismo tiempo. Los estás moviendo, llevando tu mirada inquietamente de aquí para allá, hasta que de pronto detienen su recorrido en alguna persona desconocida (quizá no es tan desconocida, no. Ya antes la has visto. Incluso han hablado en alguna ocasión. Tal vez en más de una; creo que de hecho se podría decir que sí la conoces. Pero no lo dices, no hoy, no ahora, ¿por qué?) que avanza distraídamente hacia ti. Y tú la miras ―en femenino, “la persona”; aunque de hecho creo que sí es una mujer, podría equivocarme, dime tú― mientras camina. O no camina: está parada, sentada, acostada, de rodillas, en cuclillas, parada de manos, colgada de un chongo mientras se come un taco de coliflor capeada sopeado en una taza de atole de plátano… da lo mismo. El caso es que la comienzas a observar más que mirar, al tiempo que caminas también hacia ella, o esperas sin avanzar, creo que ya dije que eso es irrelevante; voy a suponer que sí estás avanzando. Y justo a medio camino entre ustedes, cuando la estás observando con atención mientras algún pensamiento atraviesa fugazmente tu cabeza, en ese preciso momento, en el que sueños, recuerdos y fantasías se vuelven uno ― porque sí, tus ojos han llegado a su rostro ― es el momento cuando ves su mirada perdida, sus pupilas brillantes, sus párpados temblorosos. Sí, es en ese momento, y sólo en ese, cuando de pronto llega el presentimiento, ¿o será el sentimiento?, porque lo sentiste, súbitamente. Y entonces instantáneamente en ese instante tan instantáneo como el tiempo que tarda el que escribe esto en teclear esta coma, sucedió aquello que es el centro de este escrito: lo supiste, supiste que sintió tu mirada, y entonces volteaste a otra parte, a cualquier parte, justo a tiempo, porque ahora es ella quien te mira a ti. Y en esta farsa absurda siguen avanzando, y cuando sabes que es seguro la miras de reojo, para comprobar que efectivamente ya está viendo de nuevo hacia ningún lado, tal como entonces lo haces tú. Y paso a paso, mientras más te acercas a ella y ella más se acerca a ti, más se alejan sus miradas. Y tú lo sabes. Lo has logrado, estás a salvo, y sigues avanzando. Estás ya a unos pasos de ella, y sientes seguridad, porque ya no la ves, y sabes que ella a ti tampoco. Podría ser que nunca la viste, muy probablemente así fue. Ahora casi se rozan los hombros, y tú lo sabes. Sabes que nunca te enteraste de su presencia. Nunca te percataste de que estaba ahí, frente a ti, caminando en la dirección opuesta. Nunca la observaste, no la miraste, no la viste. Nada. Porque sus miradas nunca se cruzaron. Y tal vez ella tampoco te vio. De hecho no lo hizo, ¿cierto? Y aunque lo hubiera hecho, sabría que tú no la viste. No la viste, es lo que piensas ahora que estás detrás de ella. No te vio, qué arte. Puedes seguir tu camino, llevando tu mirada inquietamente de aquí para allá y olvidarte de esa otra, perdida, con las pupilas brillando entre el temblor de sus párpados. Pero antes de eso casi automáticamente girarás el cuello mirando a tus espaldas, y la verás ahí a dos pasos de ti, en perfecto remedo tuyo, con la cabeza vuelta hacia atrás. La verás viéndote fijamente a los ojos, al igual que tú. Se verán, en un instante que transcurrirá tan lento que no alcanzará a causar sorpresa. Se mirarán a los ojos, sí, pero más que eso. Se verán el alma, esa que dicen que es como una habitación sin puertas, con nada más que un par de ventanas: (el arte de desviar la mirada). Y así se verán. Se verán y sonreirán.
El arte de desviar la mirada. Podría definirse igualmente como el arte de evitar la mirada. Porque de eso se trata, a fin de cuentas. De esquivar otros ojos, que no se posen en los tuyos, y que los tuyos no se posen en ellos; por lo menos no al mismo tiempo. Los estás moviendo, llevando tu mirada inquietamente de aquí para allá, hasta que de pronto detienen su recorrido en alguna persona desconocida (quizá no es tan desconocida, no. Ya antes la has visto. Incluso han hablado en alguna ocasión. Tal vez en más de una; creo que de hecho se podría decir que sí la conoces. Pero no lo dices, no hoy, no ahora, ¿por qué?) que avanza distraídamente hacia ti. Y tú la miras ―en femenino, “la persona”; aunque de hecho creo que sí es una mujer, podría equivocarme, dime tú― mientras camina. O no camina: está parada, sentada, acostada, de rodillas, en cuclillas, parada de manos, colgada de un chongo mientras se come un taco de coliflor capeada sopeado en una taza de atole de plátano… da lo mismo. El caso es que la comienzas a observar más que mirar, al tiempo que caminas también hacia ella, o esperas sin avanzar, creo que ya dije que eso es irrelevante; voy a suponer que sí estás avanzando. Y justo a medio camino entre ustedes, cuando la estás observando con atención mientras algún pensamiento atraviesa fugazmente tu cabeza, en ese preciso momento, en el que sueños, recuerdos y fantasías se vuelven uno ― porque sí, tus ojos han llegado a su rostro ― es el momento cuando ves su mirada perdida, sus pupilas brillantes, sus párpados temblorosos. Sí, es en ese momento, y sólo en ese, cuando de pronto llega el presentimiento, ¿o será el sentimiento?, porque lo sentiste, súbitamente. Y entonces instantáneamente en ese instante tan instantáneo como el tiempo que tarda el que escribe esto en teclear esta coma, sucedió aquello que es el centro de este escrito: lo supiste, supiste que sintió tu mirada, y entonces volteaste a otra parte, a cualquier parte, justo a tiempo, porque ahora es ella quien te mira a ti. Y en esta farsa absurda siguen avanzando, y cuando sabes que es seguro la miras de reojo, para comprobar que efectivamente ya está viendo de nuevo hacia ningún lado, tal como entonces lo haces tú. Y paso a paso, mientras más te acercas a ella y ella más se acerca a ti, más se alejan sus miradas. Y tú lo sabes. Lo has logrado, estás a salvo, y sigues avanzando. Estás ya a unos pasos de ella, y sientes seguridad, porque ya no la ves, y sabes que ella a ti tampoco. Podría ser que nunca la viste, muy probablemente así fue. Ahora casi se rozan los hombros, y tú lo sabes. Sabes que nunca te enteraste de su presencia. Nunca te percataste de que estaba ahí, frente a ti, caminando en la dirección opuesta. Nunca la observaste, no la miraste, no la viste. Nada. Porque sus miradas nunca se cruzaron. Y tal vez ella tampoco te vio. De hecho no lo hizo, ¿cierto? Y aunque lo hubiera hecho, sabría que tú no la viste. No la viste, es lo que piensas ahora que estás detrás de ella. No te vio, qué arte. Puedes seguir tu camino, llevando tu mirada inquietamente de aquí para allá y olvidarte de esa otra, perdida, con las pupilas brillando entre el temblor de sus párpados. Pero antes de eso casi automáticamente girarás el cuello mirando a tus espaldas, y la verás ahí a dos pasos de ti, en perfecto remedo tuyo, con la cabeza vuelta hacia atrás. La verás viéndote fijamente a los ojos, al igual que tú. Se verán, en un instante que transcurrirá tan lento que no alcanzará a causar sorpresa. Se mirarán a los ojos, sí, pero más que eso. Se verán el alma, esa que dicen que es como una habitación sin puertas, con nada más que un par de ventanas: (el arte de desviar la mirada). Y así se verán. Se verán y sonreirán.
13/3/09
Extraño roedor
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Le Noix Films (o Filmes la Nuez, ¿qué no?) es un proyecto para apoyar a todos aquellos que quieren hacer cine sin haber estudiado cine. Consiste en tres etapas: capacitación, realización y difusión. Oséase: primero aprendes teoría básica de la mano de maestros profesionales, luego te avientas a realizar un cortometraje, y al final se te apoya para que lo presentes en festivales, muestras y cineclubs. Todo esto de manera gratuita.
Hay mucha gente interesada en aprender cine, aunque no se esté especializando en ello: comunicólogos, diseñadores, artistas, arquitectos, escritores, sociólogos, ingenieros, antropólogos y hasta contadores, médicos, administradores o abogados. Todos pueden tener las ganas de hacer un cortometraje, y todos se pueden involucrar en una producción en áreas específicas según su formación profesional. A mí me parece una idea genial. Se les ocurrió a unos compillas y ya lo están gestionando al interior de la UdeG, para empezar.
¿A cuáles compillas? Son estudiantes de comunicación pública en el CUCSH, y los conocí personalmente a raíz de este proyecto y por medio de mi carnal. Dicen las malas lenguas que son bien talentosos, por lo pronto ya aparecieron dos veces en La Gaceta: la primera vez porque ganaron un concurso nacional de cortometrajes (clic aquí), y esta semana precisamente por el cotorreo de la nuez (clic acá). Yo me involucré en el proyecto apoyándolos en el área de imagen. Si a usted le interesa el proyecto, quiere saber cómo van las gestiones o le interesa involucrarse de algún modo, póngase en contacto con ellos (clic acullá).
Le Noix Films (o Filmes la Nuez, ¿qué no?) es un proyecto para apoyar a todos aquellos que quieren hacer cine sin haber estudiado cine. Consiste en tres etapas: capacitación, realización y difusión. Oséase: primero aprendes teoría básica de la mano de maestros profesionales, luego te avientas a realizar un cortometraje, y al final se te apoya para que lo presentes en festivales, muestras y cineclubs. Todo esto de manera gratuita.
Hay mucha gente interesada en aprender cine, aunque no se esté especializando en ello: comunicólogos, diseñadores, artistas, arquitectos, escritores, sociólogos, ingenieros, antropólogos y hasta contadores, médicos, administradores o abogados. Todos pueden tener las ganas de hacer un cortometraje, y todos se pueden involucrar en una producción en áreas específicas según su formación profesional. A mí me parece una idea genial. Se les ocurrió a unos compillas y ya lo están gestionando al interior de la UdeG, para empezar.
¿A cuáles compillas? Son estudiantes de comunicación pública en el CUCSH, y los conocí personalmente a raíz de este proyecto y por medio de mi carnal. Dicen las malas lenguas que son bien talentosos, por lo pronto ya aparecieron dos veces en La Gaceta: la primera vez porque ganaron un concurso nacional de cortometrajes (clic aquí), y esta semana precisamente por el cotorreo de la nuez (clic acá). Yo me involucré en el proyecto apoyándolos en el área de imagen. Si a usted le interesa el proyecto, quiere saber cómo van las gestiones o le interesa involucrarse de algún modo, póngase en contacto con ellos (clic acullá).
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