29/7/08

15/7/08

Hoy no publico entradas

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Hoy quise publicar algo. Lo escribí, lo leí, lo corregí, lo releí, lo borré, lo reescribí, lo releí, lo recorregí, lo rerreleí y lo reborré. Revisé el último comentario, ví los mensajes del domingo, abrí los correos enviados en tu nombre; me bañé de todo lo que oliera a ti. Quería publicar algo que sólo tú entendieras, que te ayudara a conocerme mejor, que te permitiera saber lo que siento. Pero no pude, mi cerebro no está funcionando como de costumbre, le falta sangre. Sangre que mi corazón no logra bombear ni intenta hacerlo siquiera pues se ha olvidado de su función biológica para dedicarse de lleno a su labor sentimental: se siente ahogado. Entretanto mi cerebro, pachichi por la falta de sangre, sigue divagando contigo, dándole a mi corazón material suficiente para hincharse hasta reventar... Y entonces. ¿?

3/7/08

Olor a resina

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Asomo la cabeza y percibo ese olor a resina. Olor del que se impregnan los cables pelados, los circuitos, el cautín, la madera, plásticos, herramientas, foquitos, tubos y mangueras. Olor que me transporta a recuerdos de mi infancia. Olor de su invento, ese que primero prendió estufas, después purificó agua, luego alivió enfermedades y finalmente no pudo curarlo. Olor de sus aparatos. Olor de ozono. Olor de la promesa incumplida, olor que es mi herencia, olor que me trae su recuerdo, olor que de inmediato me conecta con él.

Entro al cuarto y empiezo a hurgar entre sus cosas, que ahora se dice son mías y de Herman, o de mi papá y mi tío Manolo, o tuyas, o de todos, o de nadie. Yo creo que de nadie. De pronto la resina huele a flores, y al voltear sorprendido lo veo ahí sentado como siempre, en su cojín de llanta, detrás de la mesa, con la cabeza baja, los pequeños lentes en la punta de la nariz y el suéter gris sobre los hombros, concentrado en unir un cable rojo con uno verde. Levanta la vista y me mira a los ojos, pero mi mirada no se cruza con la suya. Siento que mi corazón se detiene y un escalofrío recorre mi cuerpo cuando él abre la boca para decir algo, pero la única voz que logro escuchar es la de Mayra que habla alguna nimiedad a mis espaldas.

El olor de las flores se desvanece y en la habitación solo estamos yo y ella. A punto de llorar, volteo para verla cuando ya ha dejado de hablar, y me sonríe sin entender gran cosa. Antes de terminar de pedirle un abrazo ya la tengo apretada contra mi pecho. Poco a poco recupero la respiración mientras el olor de la resina vuelve a impregnarme. Me tranquilizo y entonces recuerdo las palabras que ella estaba diciendo. Se preguntaba por qué todo seguía ahí, por qué él no se llevó nada cuando se fue. Nos miramos, callados, mientras salimos lentamente del cuarto... Una respuesta obvia para una pregunta ingenua.

Rafael Rodríguez Jr. 1928-2008